Poco antes de comenzar el confinamiento, una terapeuta hizo una asesoría conmigo. Su pregunta era muy sencilla, ¿por qué ella no había tenido éxito y yo sí? Ella viviendo 10 años en la isla, y yo tan solo 2. Ella con un nombre conocido, y yo prácticamente desconocido. Buscaba estrategias mágicas, respuestas impresionantes que yo no tenía, pero no podía (o no quería) comprender que quizá el elemento era más interno: la calidad del “producto”.
La respuesta comenzó a fraguarse hace años. Mientras me formaba en EE.UU, Francia y Alemania, con los padres de la PNL y los discípulos directos de Erickson, Jung y Berne, viví cómo llegaba a España la pandemia de la PNL y de la Hipnosis Ericksoniana (encabezada por el coaching y seguida por las terapias más holísticas), aunque muy rara vez había algún español en esas formaciones.
Las corrientes llegaron en su forma más superficial, siendo más una mercantilización del bienestar, que una real utilidad. Y lo peor, una cantidad de profesionales bienintencionados, muchos reencaminando su vida laboral, tragaron el cebo de que una colección de cursos sin prelación, evaluaciones formales ni prácticas, serían la vía para ganarse la vida. A esto se sumó una picaresca idiosincrásica de nuestro país, así como la competitividad que provocaba la falta de gremios y, como guinda, la falta de herramientas y educación emocional de los clientes/pacientes para elegir. Mientras, una anticuada psicología académica creaba una guerra entre titulados y no titulados.
Ahora, debido a la situación de crisis que vivimos, ha llegado la pandemia total: más consejos, más cursos, más descuentos… Terapeutas convertidos en virus de creación de contenido para con toda una horda de sesiones gratuitas, clases y tips, con intención formal de difusión y venta, pero una evidente escasa o nula tasa de clientes.
Quienes ya habían comenzado sus procesos, siguen en un razonable equilibrio vacunados contra el virus. Pero una gran cantidad de personas que quieren aprovechar este tiempo para evolucionar, deslizan su dedo por la pantalla del móvil, sin medidas de seguridad adecuadas. Es decir, sin educación emocional ni recursos claros para discernir y evaluar la coherencia, credibilidad y profundidad de lo que tienen delante.
Estamos en el mundo terapéutico en una discoteca de extrarradio al amanecer. Los que no han sido elegidos hasta ahora, buscan los saldos con tal de no volver a casa sin pesca. Pero hay que tener cuidado, conformarse puede que conlleve un susto al despertar.
Rubén Fornell
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