He pintado toda mi vida, es un tópico, lo sé, pero es así. Desde muy pequeño he tenido un lápiz en la mano, mi creatividad e imaginación siguen siendo desbordantes todavía, pero no siempre ha sido algo positivo. Solo hay que ver mis libretas o libros del colegio, todos llenos de garabatos, caras, historietas o trazos que no cuentan nada. Mientras mi inventiva ganaba fuerza en mí, la atención hacia las materias o la capacidad de concentración frente a cosas que no fuesen lo que pasaba dentro de mi cabeza perdía terreno.
Hoy, puedo decir que me siento orgulloso de aquello, se estaba formando mi personalidad y mi identidad. Una identidad que hoy tengo clara, una identidad que sigue ligada, y muy de cerca a aquellos dibujos extraños en las páginas de los libros de Matemáticas o Castellano, una identidad artística que me permite respirar arte las 24 horas del día. Una identidad ligada a la creación constante.
El desarrollo de un cuadro no es algo fácil para mí, puede pasar un tiempo hasta que me siento lo suficientemente motivado con una idea como para llevarla a cabo. Esto me hace vivir momentos de una leve desesperación e incertidumbre al no saber cuál será mi próximo paso. Antes de cualquier obra de arte, siempre hay un proceso previo, la búsqueda de una imagen que funcione como una chispa en un montón de hojas secas. Pero es entonces cuando sucede algo, una sensación, un leve destello en mi mente, el origen borroso y tímido de algo que podría llegar a funcionar y que hay que evitar que se desvanezca y sea irrecuperable. Es el origen de una buena idea.
De una idea brillante. En mi caso, esta idea, en el mayor de los casos proviene de los sueños, o más bien de esos momentos de semiinconsciencia que tenemos antes de dormirnos o previos al despertar. Es en esos instantes donde mi cerebro bombardea imágenes sin cesar, y es mi trabajo escoger las que me pueden llegar a ser útiles. Es por eso que, en mi caso, el primer paso antes de desarrollar un cuadro es escribir en una libreta; una libreta en mi mesita de noche donde apunto todo lo que me pueda parecer interesante.
Siempre he pensado que si alguien leyese esas páginas pensaría que es obra de alguna especie de lunático. Si bien es cierto que con las nuevas tecnologías, el teléfono móvil se ha convertido en una herramienta indispensable: si un sueño, pesadilla, o cualquier tipo de delirio venido del subconsciente me invade y me asalta en mitad de la noche, es más cómodo utilizar la aplicación de la grabadora o escribir en la del bloc de notas que no rebuscar en la mesita la libreta y el bolígrafo, encender una luz y acabar de desvelarte del todo.
Es por tanto, que puedo considerar mi arte como soñador y caprichoso, con un toque de oscuridad, donde, como en los sueños o las pesadillas, las emociones son más fuertes y están más vivas, los fondos son confusos y los elementos cambian de contexto. Buscando un impacto emocional incuestionable dentro de mis obras, pretendo guiar al espectador hacia un mundo de proporciones ficticias que solo ocurren en los recovecos de mi mente, mi imaginación, mis sueños.
Consciente de que no es fácil que el espectador reciba el mismo mensaje que yo pretendo transmitir, dejo siempre un espacio para las segundas o terceras lecturas, es decir, juego más con la insinuación y la sugerencia que con un mensaje claro y conciso. Pretendo ir más allá de lo obvio para descubrir el simbolismo del aspecto humano, descifrar todas mis ideas y disparates y representarlas lo más fieles posibles, cayendo en ocasiones en imágenes oscuras y surrealistas.
Una vez la idea está clara, la traslado a un papel con unos esbozos rápidos a lápiz, para posteriormente y con ayuda del Photoshop, crear un collage que me servirá de guía durante todo el proceso del cuadro. Por supuesto, siempre dejo un espacio para que la obra se transforme por sí sola, un espacio para el error, ese fallo que puede resultar interesante. Es de este modo que la obra, al final, no resulta exactamente igual a lo que había imaginado. No solo trabajo con óleo, el cual utilizo para los proyectos más elaborados. También el carboncillo, donde lo interesante es la libertad que se maneja, trazos largos e irregulares donde al final todo son un cúmulo de manchas más o menos coherentes…
Tristan Belenguer
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* Extracto del artículo Publicado en AARTI #64 (marzo 2017)