Cuando era niño les preguntaba a mis padres dónde aprendían ellos, si ya no iban a la escuela. Siempre me contestaban “en la vida”. Con mi madurez comprobé que la “escuela de la vida” habitualmente te enseña ante un suspenso. Debería ser cotidiano encontrar formas en las que generar nuestra evolución, antes de sufrir los impactos emocionales de encontrarnos con nuestros propios límites, errores, frustraciones…
Con esta idea he gestado cualquier proyecto que he emprendido, desde cursos hasta mi día a día en la consulta. Así, muchas de las personas con las que trabajo no vienen a mí para “reparar” emociones, pensamientos o trastornos, sino para reflexionar, crear y evolucionar. Lo que yo llamo “ampliar su marco de referencia”.
Esto parte de la base de asumir una responsabilidad individual y colectiva. De saber que nosotros somos piezas del puzle global y, desde nuestro propio compromiso con dar el siguiente paso, se construye un colectivo mejor: aportamos lo que somos.
En mi trabajo, lo enfoco desde cuatro puntos básicos:
• PENSAMIENTO CRÍTICO
• INTELIGENCIA EMOCIONAL
• PERSPECTIVA TEMPORAL
• INSCRIPCIÓN COLECTIVA
Integrar estas cuatro partes significan tanto cimentar el mundo interno (pensamientos, emociones, perspectiva, capacidad de reflexión) como nuestra relación con el mundo externo (lo que aportamos, entendemos, influimos). El equilibrio de ambos mundos está unido por nuestra propia existencia individual.
El pensamiento crítico supone un “limpiador” de sesgos, un viento que aleja las nubes mentales. Es un proceso en el que desarrollamos la capacidad que nos lleva a lo razonable, al conocimiento y a la expansión. La inteligencia emocional no solo nos enfoca a la congruencia entre emociones y razón, sino que nos empatiza hacia valorar los sentimientos, temores y motivaciones, también ajenos. La escasez de perspectiva temporal y la falta de inscripción colectiva nos conduce, a día de hoy, a una lluvia de conductas competitivas, de interés y beneficio propio, y repercusión colectiva; además de ahogarnos en nuestras propias emociones. Si integráramos estos dos puntos, tendríamos una conciencia global sin discriminaciones y podríamos tomar perspectiva de nuestros propios sucesos.
No va a cambiar lo que nos rodea responsabilizando a políticos ni con leyes nuevas; será diferente a través de la suma de todos nosotros. Tampoco nuestro interior será plácido dejando pasar el tiempo o recibiendo las embestidas de la vida. No queda otra: mejorar pasa por evolucionar individualmente.
Por ti y por todos.
Rubén Fornell
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