«Un sueño sin acción es solo una alucinación» (Mia A.)
Nos enseñaron a soñar poco, a soñar en pequeño y en algunos casos nos dijeron que «los sueños, sueños son». Entonces aprendimos a ignorar nuestros latidos, a sentir cada vez menos y a pensar que los sueños rara vez se cumplen y, si fuera así, a uno le tiene que pillar cómodamente sentado en el sofá, como el que espera ver llover el maná. Los sueños se viven, los sueños se respiran, se ríen, se bailan y cantan, los sueños tienen que ser a lo grande, a lo bestia y, sobre todo, se trabajan. Nadie nos contó que para que un sueño se cumpla hay que levantarse e ir a por él. Lo que se vive, se respira, se ríe, se baila y se canta es el camino de ese sueño, es el viaje que te llevará hasta él, y cuando menos lo esperas, entonces sí, caerá como el maná. Todo lo que venga del corazón nos dará felicidad, todo lo que nos dé dolor, vendrá de la mente, así que es fácil perderse en el camino, pero la vida siempre te vuelve a dar oportunidades de seguir jugando, de seguir trabajando por ello. Es el trabajo del camino lo que hará que lo valores cuando lo hayas alcanzado, lo que realmente merece la pena.
Sin la inspiración seguramente no llegaríamos a soñar; sin embargo, sin la acción dejaríamos ese sueño convertido en mera ilusión.
La inspiración puede llegar del color del mar, de la luz de una mañana de invierno, de la letra de una canción o del sabor a menta del té. Entre otras, a mí me llega cuando cierro los ojos o en el momento justo de despertarme o dormirme. Allí están destellantes las formas, los colores, la composición, la luz. Entonces toca darles vida, toca hacer de traductora de ese mundo etéreo en algo visual, conseguir que otra persona que no sea yo pueda sentir una emoción al mirar el cuadro, y eso son horas de alquimia en el taller.
Era muy pequeña cuando comencé a pintar y mi madre me preguntaba de dónde había sacado la idea para aquel dibujo o dónde había visto aquel paisaje y yo contestaba: ¡Está en mi cabeza, mami! Fue entonces cuando llegué al taller de Amanda Echevarría y Orlando Herrera. Mi amor por el arte creció entre los libros del taller, el olor a trementina y la preciosa luz de la Isla.
Ahora, mis lápices se centran en la esencia femenina. Quizás fuera un camino hacia mi interior lo que conectara con ello o un momento de reflexión hacia la mujer: las mujeres de mi familia, mis amigas, mis conocidas, mis no conocidas, las que luchan, las que triunfan, las que sufren, las que lloran, las que ríen, las que viven, las que ya son Luz, las que hacen girar el mundo cada día… y descubrí lo divino en todas ellas.
Su fuerza y naturaleza es lo que me alienta. Hubo un tiempo en el que la mujer era fuente de sabiduría y era aceptada y respetada por ello, hasta el momento en que esa naturaleza intrínseca en cada mujer fue tachada, eliminada y borrada por una sociedad que cambió esos valores por otros que consideraban más apropiados, dejando caer en el olvido la fuerza que representaba ser mujer. Así que un día me encontré dibujando un rostro poderoso, medio sonriente, con una corona de plumas y una mirada de grafito que sentías te leía el alma, y lo que vino a mi pensamiento fue «El poder está en tu mente, está dentro de ti». Y ahí comenzó todo.
Desde entonces trabajo parte de la figura en grafito con algo de realismo para luego dejar que la imaginación en formas y colores tenga vía libre a la hora de enmarcarla. Por el momento utilizo acuarelas y acrílicos, aunque sigo investigando todas las opciones que pasan por mi cabeza.
Mis trabajos han sido expuestos en Barcelona, París, Los Ángeles e Ibiza. Actualmente sigo preparando nuevo material para las próximas exposiciones y encargos.
Patricia Romero
Bellas Artes Romero
IG @patriciaromeroart
www.patriciaromeroart.com
* Ilustraciones de Patricia Romero / Publicado en AARTI #53 (marzo 2016)