Ser Madre – Helena Cuerva

La madre que todas llevamos dentro no tiene nombre, ni edad, ni religión. Ser madre es un estado de consciencia, de entrega, un estado intuitivo que nos mueve desde las vísceras. Aprender a desprenderte de quién eras, decir adiós a tu vida anterior, entrar en un proceso de transformación de la pareja como tal, para ser padres.

Cada madre, de repente, Nace y Es… se ve con un bebé en brazos y un mar de dudas, miedos, inseguridades, etc. Un lienzo en blanco y el bloqueo de no saber por dónde empezar a pintarlo. Comienza una búsqueda interna inconsciente, ¿Quién soy ahora? El vacío que produce este no reconocerse a sí misma es devastador.

La situación de encierro, como la situación de desconexión del mundo externo, no son estados elegidos por las madres. No me imaginaba hasta qué punto era real este “desaparecer del mundo”. Pero este retiro es necesario porque ahora estamos vivenciando una apertura de espíritu… en intimidad, en comunión con nuestro bebé.

Nuestra sociedad tiene prisa porque volvamos a la normalidad. La madre tiene que volver al trabajo, (si es necesario que abandone la lactancia), que recobre todas sus capacidades, etc., mientras, bebés y mamás necesitan seguir sumergidos en su mundo, cuidándose, conociéndose, reclamando silencio.

Para cada madre la maternidad es única. Todo está bien si se hace desde la honestidad, la humildad y el amor. La crianza es un concepto muy amplio con numerosas opciones. No sabemos las dificultades por las que están pasando esa familia. Así que si algo he aprendido durante el tiempo que estuvimos en el hospital, es a no juzgar ninguna elección ni a nadie.

Ser Madre es el “viaje” más profundo e intenso al que nos vamos a enfrentar nunca. Es una búsqueda y un encuentro espiritual con una misma. Un desafío constante que nos hace sacar nuestras sombras, cara a cara, para llevarlas a la luz y caminar el propio sendero de sanación. No hay alternativa al encuentro con una misma. O nos
sinceramos para indagar en nuestros aspectos más ocultos y dejar así libres a nuestros hijos, o bien estos aspectos nos irán acompañando y molestando durante el resto de nuestra vida. En la medida en que me cuestiono a mí misma y me hago cargo, al instante libero a mi hijo.

Este mes hace un año que nació Devendra, un camino que no ha sido fácil en muchos aspectos. Pura transformación y pura magia, ciclos continuos de duelos y nacimientos (Vida-Muerte-Vida).

Después del parto, que en mi caso no fue el soñado y supuso un reto a la muerte, me encontré con un bebé en los brazos, además de mis pedacitos emocionales desparramos por ahí.

El cuerpo habla, el cuerpo tiene memoria y lo que atravesamos juntos, dejó huella en ambos. Pero somos unos guerreros, todo aquel tiempo en el hospital siento que lo vivimos sumergidos en otro mundo, buceamos en otro nivel de consciencia, dejando atrás la aparente realidad y desligándonos del mundo pensante, olvidándonos de la forma… yendo de la mano hacia un mundo sutil, donde yo destruida física y emocionalmente me sentía arropada por nuestro amor, la sacralidad de nuestro vínculo y así me llenaba de fortaleza para seguir adelante. Siempre he confiado en ti y sigo haciéndolo. En el brillo de tus ojos puedo ver tus ganas de vivir y de disfrutar.

Reto siguiente, la lactancia… horrible. Pude gestionar que me iba a morir, pero no era capaz de aceptar que no podría darte el pecho. Ese momento íntimo tan soñado por mí, y es que cuantas expectativas se nos cuelan, y nosotros pensando que no las tenemos. Y así fue, no podía imaginarme perderme esos momentos tan especiales, tu calorcito y tu olor en mi pecho, no poder amamantar a mi “cachorro”.

Reafirmada en mi naturaleza salvaje, adquirí la fortaleza, intuición e inspiración para seguir intentándolo una y otra vez, durante días, semanas, ¡con el dichoso relactador!… y una toma más, otro llanto tuyo, otro llanto mío, rabia, frustración,… Pero es el conocimiento de esta naturaleza salvaje lo que me permitía percibir la certeza de un
“Sí, lo vamos a conseguir”. Escuchar nuestros ritmos internos, danzar con la luna, bebiendo de nuestra energía y nutriéndome de nuestro amor.

Hasta que al fin, el milagro sucedió, hicimos posible la lactancia exclusiva. Gracias de nuevo a ti mi amor, y a mi pareja que también apostó por nosotros cuando ya nadie lo hacía.

Un año de lactancia disfrutando de nuestros momentos “loba con su cachorro”, nutriéndonos en otro nivel que no es el físico.

Hoy miro atrás y ¡Dios!, qué rápido pasa el tiempo. Ya estás gateando de aquí para allá, sin parar, pura energía. Investigando el mundo por ti mismo, con esa gran curiosidad que te caracteriza. Tu mirada refleja pureza e inocencia… y que decir de tu hermosa sonrisa… irresistible contenerse y no darte un beso.

Seguro que he cometido muchos errores en todo este tiempo y podría haber hecho algunas cosas mejor. Como siempre, tendría que haber disfrutado más y haberme preocupado menos. Pero aún estoy a tiempo, la maternidad dura toda la vida y estoy en este aprendizaje.

Sí que puedo decir, de forma amorosa y clara, que cada decisión que tomo, viene sentida desde el corazón, en una entrega honesta a cuidarte y acompañarte. Intentando hacerlo mejor cada día.

Te miro y me emociono, porque veo en ti un milagro, en tus ojos el Todo, la inocencia del ser humano. Gracias Devendra por elegirme como madre y darme la oportunidad de vivenciar este bello viaje.

 

La única que sabe, sin saber que sabe… es la madre.

 

Helena Cuerva
Octubre de 2021

Compartir en:

Este sitio web utiliza cookies para que tengas una mejor experiencia de usuario
Si continúas navegando aceptas su uso y nuestra política de cookies

ACEPTAR

Aviso de cookies